El Verano en el que Volvió el Pánico Satánico
El renacer del pánico satánico era cuestión de tiempo. El componente nostálgico ha pasado por distintas eras, con lo que terminaría llegando a mirar con cierto cariño ese aspecto de los ochenta. Eran tiempos más inocentes en los que la religión imperante entendía a satán como una amenaza que podría estar en cualquier parte. Un mal invisible que puede hacer daño donde más nos duele y sin que nos demos cuenta hasta que sea tarde.
Me resulta poco casual que las siguientes películas hayan llegado a época estival: siempre ha sido el momento ideal para los grandes estrenos y los estudios y productoras independientes han encontrado un filón comercial en las películas de terror. Uno que además es relativamente barato de producir. Pero, dejando la explicación racional de lado, lo cierto es que el calor da un plus de motivación para volver a poner la vista en el infierno.
Hace mucho tiempo desde que los Manson cometieron sus crímenes, desde que los telepredicadores daban sermones televisados (ahora se han mudado a Youtube y redes sociales) y desde que nombres como Polanski, Donner o Friedkin cambiaran la consciencia colectiva americana para siempre. Pero la sombra de estos eventos nos persigue hasta nuestros días, como un espíritu maligno que se niega a abandonar nuestro cuerpo.
No puede ser fruto del azar que, de hecho, en estos meses hayan coincidido La Primera Profecia (casi compartiendo cartelera con Immaculate, con la que tienen más de un punto en común) y el descenso a la locura de Nell Tiger Free, magníficamente retratado por Arkasha Stevenson, con otra película que podría perfectamente ser un sueño febril propio de esa época: Late Night with the Devil, con un clímax que se ha convertido en un icono instantáneo del género. Ahí se ofrece una ácida visión del amarillismo televisivo, de cómo puede haber personas que excedan la propia idea del mal y de cómo el terror puede darse a través de las pantallas televisivas.
Por si fuera poco, en breves llegará a la plataforma Paramount+ (previsiblemente en SkyShowtime en España) otra precuela: Apartment 7ª, que cuenta la historia que antecede a la emblemática La Semilla del Diablo. Es una coincidencia debido a que los estudios prefieren optar por apuestas seguras basadas en franquicias ya establecidas, pero no deja de ser curiosa esta rima atemporal de estrenos con del mismo subgénero o, como es este caso, que exploran los universos más clásicos de este.
Pero si una ha brillado con luz roja cegadora, ha sido Longlegs. Con tan sólo 10 millones de presupuesto, ha superado los 100 de recaudación y creciendo. Una película dirigida, de nuevo, por alguien con cierta conexión al legado del género, Oz Perkins (hijo del legendario Anthony Perkins). En el atmosférico filme se presenta un asesino en serie ligado con la protagonista y con ciertas conexiones sobrenaturales. Ahí el diablo juega un papel seductor, el arquetipo de amenaza incorpórea que permanece inmutable pero que corrompe todo, tanto física como psicológicamente. El ente lo maneja todo desde detrás del telón.
Una estructura similar la tiene Maxxxine, el culmen de la trilogía X de Ti West, que llega esta misma semana a los cines. Ahí, sin embargo, el antagonista no es el diablo, si no alguien que lo ve por todas partes y se cree con la potestad de purificar el mundo. Aunque eso suponga cometer los crímenes más atroces. Es un filme que satiriza la industria del cine y que se aleja de los arquetipos propios del terror y de lo que ha mostrado en las anteriores entregas de una de las trilogías más extrañas jamás realizadas.
Las mejores películas de terror son aquellas en las que lo sobrenatural es una manifestación física que nace de los traumas internos de sus personajes. Son películas de superación en los que no sabes si los personajes sobrevivirán al final del metraje, al contrario que el antagonista, que nunca se puede vencer. Y eso funciona especialmente cuando el conflicto consiste en enfrentarse a ideas intangibles como, por ejemplo, el diablo.
Es una de las ideas más antiguas de la humanidad que está ligada con el miedo a lo desconocido. Es un miedo atávico que ha estado presente desde que surgió el cristianismo (aunque ese respeto a los espíritus malignos y a los rituales peligrosos es incluso anterior) que ha permitido justificar una serie de injusticias que sí que producen pavor real.
La concentración de películas de este nuevo pánico satánico puede ser casualidad. Pero si se entiende que el cine es un reflejo de la sociedad, no puede ser aceptable esta explicación. Este despertar del miedo satánico puede ser visto como la reacción a una sociedad en cambio que necesita echar la vista atrás para obtener cierto confort, recordar tiempos más sencillos y arquetípicos: diablo, malo. También puede tener que ver con cierto crecimiento neoconservador producto de un miedo a una supuesta desaparición de los valores tradicionales. Sea como fuere, es cosa nuestra el conseguir lidiar con ello de una manera más ética de la que se ha hecho hasta ahora. No hay que dejar que el miedo al diablo te convierta en un ser peor que el monstruo.
En cualquier caso, la ficción siempre estará ahí para reflejar cualquier cosa que pase mejor que la propia realidad. Y no hay nada que reconforte mejor que pensar eso.